Iba naciendo
del útero inmenso de la vida, cuando
el fin de la infancia me alcanzó y
desconyuntando la placenta tuve que dejar
la gruta del sueño, la estación de tren de primavera
el nido que el jilguero pastorea
en la esquina superior
de la primera página de un cuento.
La iniciación
no fue un rito. Su llegada furtiva
quebró
el rostro de nácar que tenía y simplemente
hube de buscar
las señas de identidad del nombre.
Un
punto de inflexión, un radical aspecto
la pupila abierta me ofreció y a partir de entonces
defendiendo el silencio y la palabra
mi memoria se construye como la montaña,
como el mar, fuerte, decidida,
con la sonrisa de miles de partículas unidas, con
el registro insólito de los spots de los fotógrafos,
con las letras de canciones,
con el botín robado de los saqueadores,
espinas que penetran
blandiendo el hacha en el espíritu
sufriendo, amando,
siendo.
Punto de historia
Tiemblan los lienzos de ceniza
en el hogar apagado de la chimenea.
El viento
amenaza con la mano erguida
lamiendo transparente
la seda frágil de su calcinado cuerpo.
Volutas de tormenta sobre el arrugado rostro
que los años ofrecieron consumiendo el tiempo.
Leve
el papiro del despojo, leve
el peso de su tumba.
Señas de identidad
que se diluyen
en la hipérbole descrita por el rotring de la vida.
Más o menos
las huellas al final
fruto de un pasado, vaivenes trazados
en las horas interiores, sin decirlo.
Al cornus rubra como a mí
está a punto el otoño de llegarle. Oigo
sus pies gangrenados alcanzándome la carne.
Lo presiento
como el ruido o los pasos furtivos en mi espalda
sin ojos ni horizonte. En sus manos grana
deslizándose hacia el roce quebradizo del cristal,
vuelvo a preguntarme: ¿quién tiene nombre?
resbaladizo granate que se rompe como añicos
de hojarasca, huida sombra al
declive de la tarde.
Entre la
herida del negro y la del rojo
está la muerte
y el barranco oscuro del adiós entre montañas.
Luego cuesta renacerse
cuando las cenizas fueron diálogo truncado
paredes demolidas
y hojas yertas, vaciadas de su sangre.
Ayer, de su cuerpo
tomé una rama agonizante, no pude resistirme
a su gradiente de matices
su voz detenida
y la belleza palpable de su seda mate.
La besé,
en mis labios quedó prendido su tenue tacto,
la gota última de su aljibe,
la vida que marchó
de su regazo.
El regazo de la noche estaba húmedo. Contemplaba
el absoluto silencio que manaba de mi boca al paso
de la secuencia de gestos que la escama de los cuerpos
deslizaba en compás por las venas de las calles.
La acuarela del asfalto
reverberaba como realidad o tópico
cuajando la pantalla anónima y distante, mientras,
la pez negra de las sombras
afloraba como espectros en un sueño.
Por todas partes la locura
y la estampa esquizoide alzándose
como laberinto o críptico mensaje
sobre la ortografía del pronombre incógnito,
desnudo, salvaje.
Con la brújula imantada
y el norte extendido sobre el círculo infinito
ya era la ciudad
un estertor que no acababa y el hervidero de la gente
una pócima en un caldero, el borboteo
de una infusión desconocida.
He pasado muchas horas
alimentando el bebedizo de las víboras
y las manos sujetando las llamas del incendio.
Amenazadora la lepra
descabalga su montura y, rozándome el hombro
me dice con su lengua partida:
¿Dónde vas? ¿No ves que ya llegaste?
Este es el país de los vampiros de la noche
donde dejaste tus huellas dormidas, esperándote
y el sendero extraviado
que buscabas con tu fuerza.
Desaparición
A las tres de la madrugada
el suelo nace con espesor frío y envuelve el cuerpo
en el nivel raso de la muerte,
ese gesto final que a todos nos iguala.
A las tres de la
madrugada
hasta el silencio duerme y duermen
las hormigas y los huesos se detienen
con la respiración quieta de los espacios inmóviles.
Sobre el lecho duro e
inalterable
de la cama que me aguarda
escribo con la pluma del dolor
el lacerante ojal que llevo dentro, ya
solo siento
la cáscara abierta que en la madrugada
del esqueleto, me amanece
y la médula esparcida esperando resecarse.
No oigo los rezos
ni siquiera
las lágrimas derramadas por los muertos.
¿Para qué son las barreras
sino para saltarlas? ¿Para qué
el despertar la imaginación sino para en sigilo enseñar
caminos en la selva? Cada rumor
de viento que aletea silbando idiomas marginales
muestra peldaños en su frente esperando
receptores copular.
Es cada
paso de las acequias derramadas avanzando
cada yema o los pronombres del aliso en primavera
cada verso roído en las aceras
o el crujido de la hierba, la luz
que ilumina entre la niebla venciendo diques, leyes y
cadenas.
Más o menos, octubre
Noche de
celosía y claroscuro
como diálogo envolvente
sobre el tatami de mi espera. Relativo al decorado
parpadean resbalando las palabras semiverdes de las
luces. Construyen la celda transparente
cual ropa interior que me circunda. Por doquier,
su alocución mojada
disfraza el velo ahumado de la atmósfera y
plagando lentejuelas rebajadas, el neón intermitente
cosquillea, independiente de mí, el ambiente.
Yo,
en el centro geodésico del negro. Fuera,
la danza de los pasos
resonando
en la húmeda calma del asfalto. Su eco hecho umbral,
línea prohibida
a mi pie sin sandalia, evapora su niebla
como canto gregoriano de ciudad ermitaña.
Un par de gatos
me miran con su oblicua linterna y
excomulgándome de su aquelarre
huyen de mí y doblan su lomo bajo coches callados.
Otros
luminosos de otros comercios
en otra noche lluviosa de otra ciudad lejana,
hablarán de escaparates diferentes
a parejas de amantes mientras ligan su cintura
diciendo con los ojos
lo que los labios guardan para más tarde.
Alguna noche,
descalza, sola,
atravesaré el aro de cristal
que me amuralla la sombra.
Hoy es el día de plantar los naranjos
al igual que puede ser el de desvestir el alma
o escarbar bajo la tierra
en busca de tesoros. Hoy habrá que abrir
de arriba abajo la infancia y los cadáveres
que los sueños acabados dispusieron al final
de las guerras violentas.
Arrastrando tras de mí
y levantando el azadón
plantaré surcos y pozos sin fronteras
como frases sin esquinas, tal cual nacieron
un día, cuando el vientre a la deriva
encontró el juego en llamas, de la vida.
En un breve bombardeo
uniré el cielo y el infierno, el barro y el silencio
entrando a saco, con la raíz desnuda,
en la verdad de los naranjos.

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